Cañerías

El otro día entro corriendo al baño de minusválidos, un milagro que no haya cola, gracias a Dios y me siento en la taza para dejar escapar una horrible flatulencia que me lleva jodiendo todo el día y.… Esperad, que veo que aquí hace falta algo de contexto, a ver que os explique el tema.

Por si no lo sabíais, en el curro tengo que llevar traje y corbata. Y camisa y zapatos y el resto del disfraz. No hacerlo es motivo de despido. He investigado, me he documentado. Está escrito, negro sobre blanco, no con esas mismas palabras, pero lo está. Lo está en el contrato y el convenio. Cuando vas de traje todos te hablan de usted, incluso a mí, que sólo se me habían dirigido de esa forma los distintos cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, no así las autonómicas, que son más suyas, más como de provincias, muy cercanas, muy de “a que te comes la porra chaval”. Lo del usted me incomoda, pero no se puede negar que el atuendo éste tiene sus ventajas. Los empujones en el metro se ven reducidos en un alto porcentaje, ya lo estoy calculando pero aún me falta aumentar el número de muestras. Las señoras no se te cuelan en la cola del super, supongo que movidas por algún tipo de miedo hacia la figura caciquil heredado de su adolescencia de posguerra pueblerina. Los vagabundos no te miran mal cuando les niegas la limosna, comprenden que los hombres con traje se mueven con soltura en un ambiente de transferencias internacionales y compra-venta de acciones bursátiles pero son más bien torpes con la cosa del suelto.

Pero todos esos pros no pueden balancear las desventajas que trae incorporada la corbata. Una que me resulta especialmente molesta es la súbita transformación que sufre el individuo medio al encasquetarse la americana. De repente los katxis de kalimotxo a 3 euros del bar de Paco ya no van con él y siente la irrefrenable necesidad de estar en la lista del MOMA 56 y sus cubatas a 15 pavos, y todo eso a pesar de que cobra menos que el segurata de la puerta. Cosas veredes amigo Sancho. Podría seguir con esto todo el día así que me voy a saltar las menudencias para ir al plato principal. Lo peor de trabajar en un lugar en el que tienes que llevar traje es que no puedes tirarte pedos con libertad. Nada de ventosidades, ni eructos ni hurgarte la nariz con el dedo.

Lo jodido es que no es estrictamente ilegal. Sobre esto también he hecho un exhaustivo trabajo de investigación y documentación tras el cual puedo decir, como mucho, que el sonido producido por la vibración de la apertura anal flota tranquilamente en un vacío legal. El convenio laboral prevé sanciones en función de la gravedad de la falta cometida. ¿Es la expulsión necesaria de gases producidos por distintos motivos una falta? Bien, echemos un vistazo.

El artículo 24.1.A nos indica que será considerada una falta leve la falta de aseo e higiene personal, al mismo nivel que la embriaguez ocasional, qué cosas. ¿Tirarse un pedo es una muestra de falta de higiene? Podría ser considerado tal si junto al gas se expelen partículas aerosolizadas de excrementos, como suele ocurrir en ocasiones.

Si vamos al artículo 24.1.B, el convenio dicta que serán consideradas faltas graves Las cometidas contra la disciplina en el trabajo o contra el respeto debido a sus superiores. Si yo, después de haberme metido entre pecho y espalda una comida de tres pares de cojones en el restaurante de menú del día a 9.50€ con vino de la casa de al lado de la oficina vuelvo a mi puesto de trabajo y me peo como un orangután como muestra de satisfacción personal y admiración hacia el trabajo del cocinero venezolano del anteriormente mencionado establecimiento o local ¿podría considerarse una falta de respeto? Yo, que soy un hombre moderno, cosmopolita, leído y con bastante mundo diría que no. Y diría que no porque entiendo que es algo necesario que no se hace por capricho y de lo empático que soy, que mi madre siempre me dice “hijo, qué empático que eres”, siento como mía la felicidad que experimentan los demás al liberarse de esa opresión intestinal que lo puede volver a uno loco. Pero claro, quién me dice a mí que mis superiores van a ser tan comprensivos y de mente abierta. De nuevo el mismo problema de indefinición. Ya me he puesto en contacto con mi enlace sindical para hacerle llegar mi preocupación en relación a estos puntos del documento y le he instado a que sean debatidos en la próxima negociación colectiva por el peligro que suponen para la clase trabajadora de nuestro sector estas ambigüedades legales tan fáciles de explotar por un empresario sin escrúpulos y algo de perverso ingenio. Y de eso andamos sobrados en esta época oscura que nos ha tocado vivir. Arriba parias de la tierra.

La cuestión sigue siendo que no puedo tirarme pedos, ni eructar ni hurgarme la nariz en el trabajo. Y todo por miedo. Llevo un año en la oficina y no he visto ni a una sola persona hacerlo. Y todo por llevar traje, un uniforme que por arte de magia abracadabra me encorseta en un marco ético y moral en el que me siento oprimido, como un par generosas tetas a punto de hacer estallar ese indefenso botón de la camisa al primer estornudo. Pero qué le vamos a hacer. Y así paso las horas del día, aguantando todas esas necesidades básicas, como la vivienda y la igualdad, y al igual que estás, olvidadas en la vida real. Si me ausentara del puesto de trabajo cada vez que me viese acosado por alguna de estas obligaciones biológicas, mis relaciones laborales se verían resentidas. Trabajo codo con codo con mis compañeros y superiores, en cubículos, largas mesas o salas de reuniones y, por lo tanto, me veo forzado a espaciar mis ausencias, improcedentes a sus ojos, de nuevo, por culpa de esa insalvable barrera que levanta entre nosotros  el traje, artefacto de Satán, que nos impide expresarnos libremente, “perdóneme Sr. Ruiz, pero he de salir un momento a echarme un pedo que se barrunta terrible”, “vaya usted con Dios y no vuelva hasta que se alivie”. ¿Es, acaso, mucho pedir? ¿Es un sueño tan descabellado? ¿Una utopía irrealizable?

Total, que uno se aguanta como puede. Pero bien es sabido, y ahí están los documentos históricos para ser repasados y no olvidar lo que otros ya vivieron antes que nosotros y extraer las posibles lecciones de sus relatos para no caer de nuevo en los mismos errores  e ignominias del pasado, que toda fuerza ejercida conlleva una reacción igual y opuesta, y que toda opresión provoca una revolución tan intensa como la tiranía sufrida. Y es así como la acumulación de gases, que deberían ser libres para decidir su futuro, ponen en pie de guerra al tracto digestivo que se alza en armas en pos de sus derechos. Sabemos que el flato recorre el mismo camino que las heces y gracias a idénticos movimientos peristálticos, provocando sensaciones muy parecidas de urgencia e incomodidad. Las terminaciones nerviosas del recto suelen ser capaces de distinguirlas la mayoría de las veces, pero hay ocasiones en las que fallan. Hay que ser precavido en caso de duda y disponer de un lugar seguro por si las moscas.

En mi trabajo, los excusados para caballeros disponen de 3 urinarios en una de las paredes, 3 lavabos delante de un espejo y 3 pequeños cubículos con un retrete en cada uno. Las paredes que separan los cubículos son extremadamente finas, no disponen de techo o elemento que tape la parte superior y, por si todo esto fuera poco, esas mismas paredes no llegan hasta el suelo, un aberrante error de diseño que unido al pulido suelo de imitación de mármol negro, permite al usuario del retrete, sentado en el mismo con los pantalones bajados hasta los tobillos, ver el reflejo del usuario del cubículo adyacente desde un ángulo poco decoroso. Comprenderéis mi reticencia a usar esas instalaciones. Además, supongo que derivado del uso del traje y sus ya mencionadas connotaciones, he desarrollado el síndrome del esfínter tímido, que imposibilita la evacuación en lugares demasiado públicos. Pero hace tiempo que encontré la solución. En mi planta existen dos baños para discapacitados, uno de ellos siempre está cerrado a cal y canto, pero el segundo no. Es un baño de lo más espacioso bastante aislado de los demás, aunque esté pared con pared con los que usan las personas que pueden andar. A pesar de que no contamos con ningún discapacitado en plantilla, éste preciado lugar suele estar concurrido por otras personas que, imagino, se encuentran en mi misma situación y se enfrentan a las mismas adversidades. La espera merece la pena.

Así que, como os decía al principio, el otro día entro corriendo al baño de minusválidos, un milagro que no haya cola, gracias a Dios y me siento en la taza para dejar escapar una horrible flatulencia que me lleva jodiendo todo el día. El ruido que provoca es increíble, pero me siento a salvo en el anonimato del baño individual. Al terminar no me siento aliviado, la incomodidad persiste y el causante hace su aparición sin previo aviso. Existen elementos cuya composición hace dudar del estado de la materia, si nos paramos a pensarlo, en realidad, la línea que separa al sólido del líquido es delgada y difusa. Con el trabajo a medio acabar me doy cuenta de que no he seguido mi protocolo personal, es decir, la limpieza concienzuda de la taza mediante papel higiénico al que, inmediatamente después, le doy un uso adicional cortando nuevos trozos que coloco en el retrete hasta cubrir toda su superficie y que me permite disponer de una fina barrera de seguridad entre la taza y mis nalgas. Pero la urgencia no ha permitido ninguna floritura. También me percato de que mis pies no están tocando el suelo, cosa que no es habitual pues, aunque sin ser especialmente alto, tampoco es que sea bajo para los estándares peninsulares. Y ya por último, y que me hace sospechar definitivamente de que algo no va bien, noto la ausencia de frío en mis carnes, en su lugar disfruto de una plácida, agradable y tibia sensación térmica. El carraspeo que oigo detrás de mi nuca es la guinda del pastel. Con los párpados aún temblando debido al placer que estoy experimentando giro la cabeza por mi lado derecho hasta cruzar mi mirada con la de un anónimo caballero. El señor, pelo gris engominado hacia atrás, traje de corte italiano y corbata roja me mira con severidad desde detrás de las lentes de sus gafas. Tiene unos ojos azules muy bonitos. Vuelve a carraspear cuando nota mis manos apoyándose en sus piernas, un gesto muy característico de mi persona que no suelo poder reprimir cuando estoy sentado en cualquier lado. Es entonces cuando mi cordura, sostenida por ese frágil castillo de naipes que es la lógica y la razón, empieza a tambalearse. Estoy bastante convencido de que no había nadie sentado en la taza al entrar, pero claro, ¿no es Heráclito quién nos aconseja desconfiar de nuestros sentidos?, y yo he llegado con mucha prisa y mi cabeza en otra parte, pero aún así, digo yo que me tenía que haber dado cuenta. El terror empieza a apoderarse de mí, no sé si pedir perdón con las manos unidas como si fuera a rezar o vomitar de miedo completando ya el cuadro escatológico que estoy pintando. Pero mientras sopeso las distintas opciones y bajo su atenta e inflexible mirada, no puedo evitar entrecerrar los ojos, apretar los labios y la barbilla, y terminar, ya del todo, lo que he ido a hacer allí.

6 respuestas to “Cañerías”

  1. perogrullo Says:

    Y es por eso que odio los trajes.

  2. Borde Says:

    Mi padre decía que mi bisabuela repetía a menudo que su tio Paco «per aguantarse un pet va tindre que vendre un hort de taronjes»; la buena mujer, de buena familia valenciana, hablaba de un pariente que por reneter el metano dentro del intestino (iba a decir dentro del ano, rima paro no es correcto) tuvo que vender un campo de naranjos: le causó algún problema intestinal que en aquella época (principios del siglo pasado) le obligó a pasar por el quirófano. Y entonces la Seguridad Social no era como ahora. Aunque todo es cuestión de esperar un poco.

    O también se lo pudo inventar mi padre, que solía dejar salir sus aerofagias a solas o en compañía de otros (recuerdo una vez que estabamos de sobremesa en nuestro lugar de veraneo, con sus amigos, inspectores de Hacienda y gente de bien; levantó una nalga del asiento y se tiró un sonoro pedo; me azoré yo más que él, en realidad él no e azoró en absuluto). Luego por la noche le pregunté que si no se podía aguantar un poco, y me dijo lo de «el tío Paco, per aguantarse un pet va tindre que vendre un hort de taronjes».

    Y hablando del ano y lo correcto: lei en Twitter eso de que lo justo no es lo mismo que lo correcto: si te meten un dedo por el ano queda justo, pero no es correcto.

    Yo creo que has hecho bien (a pesar del traje y la corbata, permíteme que te tutee).

  3. perogrullo Says:

    Se agradece la aleccionadora historia que me reafirma, aún más si cabe, en mis convicciones gastrointestinales. Los varones de mi familia también descendemos de una larga y orgullosa estirpe de grandes productores de gas natural que hicieron de las aerofagias un arte, un estilo de vida y un canto a la libertad.

    Esperamos la vuelta de Borde con gran ilusión. Borde Askatu.

  4. einestimme Says:

    Me gusta este lado humano-animal-natural-sintapujos que te/nos das, pero cada vez que entro a tu blog y veo el comienzo de esta entrada me viene a la cabeza una imagen tuya que construyó mi mente cuando leí tus detalladas descripciones de ciertas situaciones y, créeme, es muy poco cautivadora. Deseando conservar el atractivo que siempre me has inspirado, espero inquieta tu siguiente obra de arte.

  5. einestimme Says:

    Y te mando un muxu, ojitos.

  6. perogrullo Says:

    Yo soy yo y mis circunstancias.

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