Sexta Parte

Aquel momento fue una de esas bifurcaciones que te pone la vida delante, en las que tienes que tomar una decisión, decidirte por un camino. No puedes escapar, no puedes retrasarlo ni consultarlo con nadie. Debes escoger, y dependiendo de lo que elijas tu vida tomará un camino u otro. Yo me decanté por una opción que iba a condicionar toda mi existencia para siempre. Lleno de frustración golpeé su cara con el revés de la mano derecha. Su mejilla se volvió roja y sus ojos se humedecieron. Su mirada se debatía entre el terror y el odio. Luego me enteraría de que fue en aquel instante cuando se le paró el corazón a mi hermano en el hospital.

La habilidad para trasladar la culpa del culpable al inocente de forma sutil es otra habilidad que se adquiere al desmenuzar la maquinaría de la mentira.

Actué rápido. Como en una tragedia griega alcé el rostro y le solté a la lámpara del techo un discurso sobre la culpa que sentía en ese momento por lo que la mujer a la que tanto amaba me había obligado a hacer. Nunca me perdonaría a mí mismo. Que me había convertido en un paria, en un miserable, en un ser despreciable. Ella se abalanzó sobre mí y me abrazó con todas sus fuerzas. Entre lágrimas me pidió perdón. Me pidió que la perdonase. Ya no había vuelta atrás para mí. En ese momento, impasible, sereno, no lo comprendí. Sólo ahora, con el paso del tiempo, he entendido que, lo que me condenó no fue el golpe propinado, sino el aceptar su disculpa.

Con los ojos aún vidriosos me susurró que me quería. Con su manó me quitó el condón, que no había sido usado, de mi flácida polla, se inclinó y se la metió en la boca. Pensé que después de lo sucedido no podría ponerme a tono, pero las lágrimas que aún caían de sus ojos sobre el espacio que había entre mi ombligo y su boca, y la novedosa y loca sensación de notar sus labios y su lengua en lugares nuevos me excitó al momento. Al principio dolió, le pedí que tuviera cuidado con sus dientes y la cosa mejoró inmediatamente. Tanto que no tarde más de unos segundos en correrme. Luego me enteraría, igual que antes, de que justo en ese momento el corazón de mi hermano volvió a latir, estuvo clínicamente muerto unos 2 minutos. Por su mirada de sorpresa intuí que no sabía muy bien qué hacer en ese momento. Ella seguía ahí abajo, sin apartar la boca, dudó, se lo pensó y, al final, se lo acabó tragando con un, me pareció a mí, exagerado gluc.

Salimos a la calle y nos sentamos en un banco, dados de la mano. Me abrazó y apoyó su cabeza en mi pecho. Yo no dije nada, no sentí nada. Me quedé mirando a la orilla de enfrente del río. Había unas casas bastante altas, de esas que tienen la placa del instituto nacional de la vivienda, con su yugo y sus flechas. Casas feas. No amaba a aquella chica.

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